miércoles, 13 de abril de 2016

LA CONFORMACIÓN DEL MUNDO BIPOLAR Y EL TERCER MUNDO. 1945-1979.

                                                                                                                             Ana Elisa Santos Ruíz
La Segunda Guerra Mundial dejó un saldo de destrucción y muerte realmente estremecedor (aproximadamente 60 millones de muertos, 35 millones de heridos y 21 millones de personas desarraigadas, además de ciudades, puertos y campos devastados). El reto que se impuso fue la reconstrucción económica de aquellos países que vivieron con mayor intensidad la conflagración bélica (particularmente Europa), así como la creación de instituciones internacionales que resolvieran pacíficamente futuros conflictos y aseguraran la cooperación para el desarrollo de las naciones de todo el orbe. Así nació la Organización para las Naciones Unidas.
En 1945 se asomaba también la reconfiguración del mapa político mundial. Por un lado, el mundo se dividió en dos grandes bloques: el capitalista, comandado por Estados Unidos de Norteamérica y conformado por los países de Europa occidental, Gran Bretaña, Turquía y Japón; y el socialista, encabezado por la Unión Soviética e integrado por los países de Europa oriental, China y Corea del Norte (a los que después se sumarán Cuba y algunos países de África y Asia). En medio de estos dos grandes bloques quedaba una constelación de naciones que intentaban mantenerse al margen y que en los años setenta se autonombraron como los “No Alineados” o “Tercer Mundo”. Por otro lado, en el mismo periodo, las colonias europeas en África y Asia comenzaron a transitar por el camino de las luchas de liberación e independencia, dando paso al surgimiento de nuevos Estados.
Definitivamente lo que caracterizó a estos años de aceleradas transformaciones políticas, tecnológicas, científicas y culturales, fue la confrontación indirecta de los dos bloques a los que nos referíamos antes. Ésta fue de tal magnitud que a esta época se le denomina como el periodo de la Guerra Fría. Repasemos brevemente sus características.
Estados Unidos y la URSS buscaron afirmar su hegemonía mundial mediante la creación de organismos internacionales, así como pactos económicos y militares destinados a la recuperación de posguerra, la asistencia entre países “amigos”, y la competencia económica, tecnológica y armamentista para enfrentar al bloque opuesto. Salvo en excepcionales momentos de amenaza directa, la guerra entre ambos bloques se libró fuera del territorio estadounidense y soviético, mediante la ingerencia en guerras, revoluciones y movimientos sociales de Latinoamérica, África y Asia, o bien mediante conflictos ocasionados por ellos mismos (como las crisis de Berlín y de los misiles en Cuba).
La voluntad de los dos países de entrar en combate se expresó mediante una carrera armamentista, espacial y tecnológica, los servicios secretos de espionaje (CIA y KGB), la propaganda ideológica, así como por una retórica apocalíptica, proveniente sobre todo de Estados Unidos, que recordaba constantemente al mundo la terrible amenaza que representaba la sola existencia del comunismo y la posibilidad, siempre latente, de que estallara una guerra de alcances nucleares.
A pesar de los intentos estadounidenses por frenar la “expansión del comunismo”, algunas revoluciones que abrazaron la ideología marxista triunfaron. De entre ellas sobresalieron la revolución socialista china, dirigida por Mao Tse Tung, y la cubana, comandada por Fidel Castro. Ambas se convertirían en modelos a seguir por aquellos movimientos que luchaban en contra del imperialismo y a favor de instaurar una mayor justicia social en sus respectivos países.
Los años sesenta fueron para Latinoamérica los del auge de la izquierda y de los movimientos guerrilleros influidos por la revolución cubana. Ya fuera por la intervención directa o encubierta (actividades de la CIA y propaganda anticomunista), EU respondió con una ofensiva regional, desde México hasta Chile y Argentina, contra las fuerzas progresistas. No sólo se derribaron gobiernos democráticos (socialistas o simplemente nacionalistas) y se apuntalaron dictaduras sanguinarias, sino que también se impulsaron políticas económicas que favorecieran la entrada del capital privado estadounidense, aumentando así la dependencia económica latinoamericana hacia el gigante del norte.
Los países del primer mundo fueron inmunes al virus revolucionario que parecía extenderse por buena parte del mundo, por lo menos hasta finales de los años sesenta. Ello se explica por el crecimiento económico excepcional de los países capitalistas y por la adopción del Estado de Bienestar, caracterizado por la dirección e intervención estatal en la economía, las políticas de pleno empleo y seguridad social. El estado benefactor logró contener el descontento social previo a la guerra al mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Las década de los cincuenta y sesenta fueron las de los años dorados del capitalismo.
El desarrollo económico del bloque occidental se sustentó en la expansión de la industrialización, los avances de la investigación científica y tecnológica aplicados al sector productivo, las nuevas técnicas agrícolas, el abaratamiento de las fuentes de energía y el boom de la construcción, pero también, justo es decirlo, a la “división internacional del trabajo”. Las compañías estadounidenses y europeas extraían materia prima a bajo costo de los países del Tercer Mundo y aprovechaban la mano de obra barata, al mismo tiempo que les vendían sus productos manufacturados. La brecha económica que separaba a los países desarrollados de los que estaban en “vías de desarrollo” se amplió más.
El orden internacional bipolar fue duramente cuestionado a fines de los años sesenta. Una nueva generación de jóvenes, hartos de la sociedad de masas, el consumismo, la discriminación, los valores familiares tradicionales y los regímenes autoritarios, tomaron por asalto la palabra, las universidades y las calles. Desde los Estados Unidos hasta la Checoslovaquia socialista, los jóvenes lucharon por transformar la realidad social y construir un mundo más democrático, libre, comunitario, pacífico e igualitario. Hijos de la Guerra Fría, esta generación se opuso al intervencionismo militar de las dos súper potencias en África, Asia y Latinoamérica. Así, por ejemplo, destacaron las movilizaciones en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam y a favor del reconocimiento de los derechos civiles de la población no anglosajona (afroamericanos, indígenas y latinos), así como la lucha feminista y por el reconocimiento de la diversidad sexual. La contracultura, el rock, las drogas, la psicodelia, el símbolo de “amor y paz”, la minifalda, las canciones de protesta, los estandartes con la imagen del Che Guevara, las barricadas callejeras, fueron las nuevas señas de identidad de una juventud contestataria.
La crisis del sistema bipolar se agravaría en la década de los setenta. El bloque occidental padecería un gran crisis económica debido a la alza de los precios del petróleo, así como a la saturación de los mercados. La prosperidad se vino abajo y, con ella, también tocó fondo el Estado de Bienestar. Por si fuera poco, Estados Unidos abandonaba, derrotada, la guerra de Vietnam en 1973. En la misma década el bloque socialista comenzó a mostrar signos de decadencia: los movimientos de oposición a la burocracia en el poder, la denuncia de la represión gubernamental, la lucha por mayores libertades y por sacudirse la hegemonía soviética, comenzaron a ganar adeptos. Se auguraba ya el advenimiento de una nueva etapa histórica.
Fuentes:
Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998.
Pastor, Marialba. Historia Universal, 3ª ed., México, Santillana, 2003.

Valencia Castrejón, Sergio y Alma Guadalupe Palacios Hernández, coords. Historia mundial. Del imperialismo a la globalización, México, Edere

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